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Arboles muertos y mucha tinta

La lista de los 7 (The List of Seven; 1993)

La lista de los 7 (The List of Seven; 1993)

Autor: Mark Frost

Traducción: Alberto Coscarelli

Edita: Ediciones B. Barcelona, 1995.

 

RESEÑA DE ARMANDO BOIX

 

A poco que te interese la literatura popular, el nombre de Arthur Conan Doyle en una contraportada ha de despertar, cuando menos, tu curiosidad. Con tal baza juega Mark Frost, que en su primera novela se apoya en el involuntario mecenazgo que el escritor escocés le brinda con su propio personaje. Así los admiradores de Sherlock Holmes no sólo contarán con la presencia de su autor favorito, sino podrán disfrutar también de una especie de aventura espuria del detective, pues el agente de la reina Jack Sparks, uno de los protagonistas de La lista de los 7, es el aventurero, científico y genio de la deducción en cuya fuerte personalidad se inspirará Doyle -siempre según la ficción de Frost- para la creación de su más famoso héroe literario.

  La novela, de desarrollo lineal, escritura clásica y fácil lectura, recuerda en más de un momento a los folletines de aventuras de principios de siglo. Desorbitada, con terribles peligros, persecuciones constantes y archivillanos malos pero que muy malos, se enmarca en ese subgénero del relato fantástico en un ambiente de época que autores como Tim Powers y James P. Blaylock han cultivado con tanto éxito. Tal vez su mayor defecto resida en el apoyo excesivo en las casualidades y soluciones rocambolescas, que llegan a mermar su verosimilitud más de los deseable. Aunque la acción continua procure impedir al lector pararse a reflexionar, no resulta admisible que una poderosa sociedad secreta persiga al joven doctor Doyle por revelar accidentalmente sus secretos en una novela, cuando éste se ha limitado a tomar los detalles de su historia de los ensayos teosóficos de Madame Blavatsky, divulgados sin ninguna censura en la época; pero aún resulta más increíble verle escapar una y otra vez con sus escasos recursos de atacantes tan feroces como zombis, momias, gárgolas animadas y sanguijuelas gigantes.

  Con todo no es una lectura a despreciar, y Frost, amén de realizar una aceptable creación de ambientes y manejar con especial habilidad los diálogos, consigue llevar a buen puerto -dentro de una lógica más cercana a la narrativa pulp que a la novela actual- su conjunción de una trama folletinesca con elementos de horror sobrenatural. Merece la pena llamar la atención sobre ella, y más cuando su publicación se ha producido fuera de las colecciones habituales del género, por lo que probablemente pasará desapercibida entre muchos de sus potenciales consumidores.

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